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Beneficios de las vacaciones

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Las vacaciones suponen un paréntesis en el proceso de adaptación conseguido durante el curso escolar. Algunos profesionales consideran que en España las vacaciones de verano son excesivamente largas y recomiendan espaciarlas más: Repartirlas en diferentes semanas santas a lo largo del año.

El miedo manifiesto de los padres, es que en el periodo de tiempo que duran las vacaciones se vaya al garete toda la integración de los valores de los adultos basados en el esfuerzo, la disciplina, los hábitos, los horarios y las responsabilidades. En suma, a que los niños puedan romper su adaptación al ritmo cotidiano que tanto ha costado adquirir.

Es cierto que para muchos niños la vuelta les será más dura cuanto durante más tiempo hayan estado de vacaciones. Como dicen muchos padres “mi hijo se ha asilvestrado durante las vacaciones y le va a costar volver a su rutina natural”. Pero lo que también están olvidando es que las vacaciones son una oportunidad de aprendizaje práctico, de reposición de fuerzas, de tener una perspectiva diferente del día a día. Con ese cambio y vuelta a la normalidad, los niños pueden aprender otras habilidades y competencias que deberán desarrollar en el mundo laboral y que cada vez se escuchan con mayor frecuencia: Flexibilidad, capacidad de adaptación, resiliencia, tolerancia a la frustración, etc.

Sin embargo, también puede subyacer otro miedo en los padres más larvado y complejo: Es posible que en algunos casos, estén proyectando su temor a su propio cambio de rutina y de relaciones sociales. Su miedo a encontrarse con su familia de forma más intensa cualitativa y cuantitativamente. Sabido es que septiembre, después de las largas vacaciones de verano, es el mes en que se producen más rupturas familiares. Las vacaciones suponen un reencuentro, pues, de la familia. De sus roles, de sus expectativas mutuas, de sus compromisos, de sus puntos en común y sus diferencias.

Por eso es importante estimular a hacer actividades en común. Hacer deporte, ir en bicicleta, jugar, compartir actividades rutinarias (limpiar, cocinar, etc.), pero también de establecer una agenda separada de padres e hijos sin que se invadan los espacios de ambos las veinticuatro horas del día. En este caso, tener la suerte de compartir los hijos con otras familias próximas (amigos, vecinos con hijos, etc.) es la oportunidad no sólo de un descanso alternativo de intercambio, sino también de poder comparar cómo actúan o resuelven sus responsabilidades las otras familias, aprendiendo de ellas de forma natural.

Muchos profesionales recomiendan que, con todo y que es necesaria esa ruptura de ritmo cotidiano, se mantengan ciertos niveles de hábitos aunque mucho más relajados: Media hora o una hora (en función de la edad) diaria de estudio, poder irse a dormir más tarde -no más de dos horas sobre el cómputo habitual-, levantarse más tarde, una dieta más laxa pero no caótica de comidas (se suele aumentar las calorías), mayor tiempo para el uso de herramientas electrónicas lúdicas (televisión, wii, psp, internet, etc.) pero sin exceso. Se sigue recomendando que estas últimas no sean las actividades anteriores a irse a la cama, siendo más apropiados los juegos de mesa o una tertulia familiar en la que compartir cómo ha ido el día.

Si buceamos en internet encontraremos un sinfín de interesantes actividades propias para la familia tanto en casa como fuera de ella. Pero tampoco hay que obsesionarse por controlar, aunque sea en menor medida que el resto del año, todo lo que hacemos en vacaciones, estableciendo una rígida agenda programada. Las vacaciones hay que vivirlas con un espíritu positivo, relajado, abierto y diferente. La oportunidad de poder ser un poco más libres, de elegir y de negociar entre todos (hijos y padres) aquellas pequeñas cosas, como diría Serrat, que no son posibles el resto del año, como un oasis, premio o descanso que nos hemos merecido todos, para poder seguir más adelante la travesía con energías renovadas.