Con demasiada frecuencia se habla de los procesos de aprendizaje desde una perspectiva básicamente cognitiva, dejando en un segundo plano la influencia de las emociones. Todos hemos oído, cuando no vivido, aquello de que es más importante la actitud que la aptitud, referidas a niños –también a adultos- que siendo muy inteligentes, sacan peores notas que otros con menos recursos intelectuales. La actitud es, en sí misma, una emoción.
De todas las emociones, y especialmente a edad preescolar, la música es, junto con el tacto, la de mayor influencia en el desarrollo de un niño. Si aceptamos que las primeras emociones son claves en su desarrollo, no es difícil imaginar el feto, próximo al corazón de la madre, escuchando sus latidos como un diapasón prematuro así como, posiblemente, otras muchas vísceras y efluvios rítmicos de la madre. Por eso la música nos provoca tantas emociones cuando la escuchamos.
Es También fácilmente observable cómo los padres, y en general los adultos, regulan su tono de voz para hacerlo más suave, cadenciosos y musical cuando hablan con los niños, creando, sin ser conscientes, un entorno más adecuado para comunicarse con ellos. En muchas culturas, anteriores y presentes, se enseñaba cantando para favorecer el aprendizaje. Desde el año 2.500 antes de Jesucristo, en la cultura egipcia, en la que surge el primer instrumento, la música se ha convertido en un medio de comunicación universal.
Desde mediados del siglo XX se han aplicado diferentes técnicas de rehabilitación en algunas patologías (auditivas, lenguaje, autismo, lesiones cerebrales, etc.) basadas en la música y especialmente en la música clásica. Existen estudios neurológicos que relacionan la música con una mayor actividad de la corteza cerebral, aumentando las conexiones neuronales y facilitando, por lo tanto, el aprendizaje.
La música, como lenguaje simbólico, permite no sólo expresar y exteriorizar sentimientos, sino comunicarse con los demás, favoreciendo las relaciones sociales.
La música bien utilizada nos ofrece un sinfín de oportunidades, más allá del simple disfrute, en los procesos de aprendizaje. La música puede llegar a ser el mejor vehículo para el desarrollo cognitivo tanto de los niños como de los adultos, pero especialmente de los primeros. Por eso, cada vez más se alzan voces pidiendo una mayor presencia de la música en los programas educativos escolares oficiales.