CULTURAFORMACIÓN

A mi hijo no le gusta estudiar

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Foto: Nerea Muñoz

Desde el momento en que nos informan del embarazo, automáticamente generamos unas expectativas sobre nuestros futuros hijos bien de forma consciente o inconsciente. Forma parte de nuestra cultura colectiva y en ella pensamos que está escrito lo que es bueno y lo que es malo, lo que deben hacer en cada momento.

Pero en la medida en que van creciendo los hijos, incluso desde el principio, los padres comprueban que esa su realidad se va alejando, en mayor o menor medida, de lo que esperan de él.

En teoría, las estructuras de personalidad están configuradas ya a partir de los seis meses (hay quien cree que antes). De cualquier forma, en la mayoría de casos, empezamos una pequeña lucha, o negociación, entre padres e hijos. Es obvio que los padres tienen un mayor nivel de conocimiento de la realidad del mundo y tienen el deber de orientar, hacer reflexionar y de tomar la iniciativa en todo momento de esa negociación. La imposición, a medio o largo plazo, no da resultados. Sólo hay que tomarlas cuando la situación es extrema, de vida o muerte.

Cuando un niño decide que no quiere estudiar es, posiblemente, uno de los primeros conflictos que surgen entre padres e hijos porque los primeros tienen la idea preconcebida, con más o menos acierto, que el estudio nos abre el camino del futuro aunque hoy en día no hay garantías de tener una mejor perspectiva económica en función de la formación. La formación, según muchos estudios, dejó de ser la palanca que permitía el paso de una clase social a otra superior a finales de la década de los setenta sin dejar de tener su importancia, obviamente.

Foto: Sam LeVan

Delante de la resistencia al estudio de un niño hay, a grandes rasgos, dos temas cruciales: O es una cuestión motivacional o es una cuestión limitativa. Para un niño, en ese contexto, estudiar suponer, en la mayoría de casos, enfrentarse con sus propias limitaciones. Y lo es más cuando ante esas dificultades el niño recibe ese eslogan tan actual y tan superado, al menos en el contexto pedagógico, de “tú puedes” porque supone, falsamente, que la solución depende exclusivamente del niño.

Posiblemente, sus frustraciones están relacionadas con nuestras limitaciones a la hora de estudiar, sobre todo en aquello no éramos especialmente hábiles. No compare sus hijo con otros de mayor rendimiento académico y menos consigo mismo: “Yo logré mi carrera trabajando” porque su realidad es deferente.

En su lugar, valore otros aspectos de su hijo haga que se sienta reconocido y aceptado en todas cosas lógicas que su hijo quiera hacer. No haga como la mayoría de empresas que se empeñan en inculcar valores y actitudes que sus trabajadores no tienen en lugar de reforzar aquellas en las que destaca pero todavía puede sacar mejores resultados.

Foto: Eli Ratner

Tenga paciencia, ayúdele sin forzar la situación. No lo frustre, lo reprima ni lo castigue, sea capaz, aunque le gustaría que tomara otro camino, de valorar aquello que quiere, reforzándolo y estimulándolo potenciando su autoestima.

Incúlquele valores, refuerce los que ya tiene. Reconózcalos. Posiblemente en el futuro, el reconocimiento académico esté más terminado por valores que por conocimientos. Los alumnos más brillantes en sus estudios, no son los que tienen más éxito en su trabajo dado que en el trabajo imperan otros valores y competencias más importantes que los factores meramente cognitivos, como son el trabajo en equipo, la comunicación, la asertividad, etc. Trate de darle más importancia a los valores de su hijo ya que serán tan importantes como sus notas.

Y si al final, pasados muchos años, no consigue que haga una carrera, piense que los caminos de la felicidad son muy extensos.