FORMACIÓN

Aún estás a tiempo

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Una de las polémicas recurrentes de la psicología consiste en determinar si en nuestro comportamiento tiene más importancia la genética o los factores ambientales. No discutiremos el porcentaje, pero lo que es seguro es que ninguno de los dos anula al otro. Como decía Ortega y Gaset “yo soy yo y mi circunstancia”. Posiblemente, el entorno (social, educativo, familiar, es decir, el entorno) moldea la genética.

Lo que es muy probable, también, es que cuanto más pasa el tiempo más difícil es modificar los comportamientos. No imposible. Si no, los psicólogos tendrían poco trabajo. Cuanto más grandes nos hacemos, más resistencias solemos desarrollar a los cambios de comportamiento.

La formación en valores y competencias, considerados como fundamentales en el mundo laboral desde hace tiempo, es uno de los objetivos prioritarios de las empresas invirtiendo grandes cantidades de dinero. Pero estos valores son muy difíciles de adquirir o modificar a una edad adulta. Quien no ha sabido organizase adecuadamente de joven, quien no sabe trabajar por objetivos o quien, entre otros muchos ejemplos, no tiene el sentido de la responsabilidad integrado, va a tener muchas resistencias a modificar esos estilos de comportamiento ya instaurados aunque, insistamos, no sea imposible.

El gran error, en muchos casos, de los diseños de formación para los trabajadores es invertir en formar en valores que tiene poco desarrollados, con un escaso o difícil aprovechamiento, en lugar de reforzar, sacando más provecho de los que ya tiene. Si, por ejemplo, se trata de un trabajador que tiene muy desarrollado el valor de “trabajar en equipo”, sería más provechoso darle la oportunidad de hacer un curso de “liderazgo” que invertir en formarlo en valores que no tiene.

Aunque la personalidad de un niño está desarrollada entre los seis meses y un año, su capacidad de aprendizaje es mayor cuanto más joven. Por esa razón, en el entorno de un niño es fundamental que empecemos cuanto antes a integrarles esos valores que luego van a tener que aplicar en el mundo adulto. Si no comienzan de pequeños a adquirir la cultura del esfuerzo (cuántas camisetas deportivas escolares hacen alusión a este valor) y, por el contario, consiguen todo sólo con llorar –unos más, otros menos-, les será muy duro aprenderlo cuando lleguen al mundo del trabajo. Si el dinero que cuesta los caprichos no lo administran ellos y sólo respondemos a sus demandas en función de nuestras capacidades económicas, cómo podrán después organizarse adecuadamente.

La solución no es pasarse al otro lado y negar al niño todo lo que desee. Es, simplemente, que él tenga la opción de decidir el qué y el momento oportuno para conseguir sus caprichos sin tampoco hacerles renunciar a ellos si es posible. Que sepan valorar las cosas sin conseguirlas al momento. Que sepan trabajar en grupo, organizarse, esperar, entre otros muchos valores, y cuando tengan la capacidad necesaria para administrarse, que tengan un presupuesto propio con el que puedan priorizar sus caprichos.

No es un trabajo fácil: los niños, como se suele decir, no vienen con un manual de instrucciones debajo del brazo, ni, en la mayoría de casos, los padres reciben una formación previa en educación infantil. Consiste, en definitiva, en comenzar a ser coherentes con el mundo al que después van a enfrentarse y empezar a inculcarles los mismos valores que después van a encontrar en el mundo adulto haciéndolo de una forma positiva y estimulante. Sin gritos, sin reproches, reforzando sus capacidades para entender las situaciones, que las tienen, y sobre todo haciéndoles ver que aquello que quieren lo pueden conseguir: sólo es cuestión de tiempo y esfuerzo. Ahora es posible todavía, cuando lleguen al mundo laboral, será más difícil y, a veces, un trabajo infructuoso.